«Con este hobby no puedes hacerte rico, pero sí encontrar cosas de valor»
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Alberto Pardo recorre casi a diario las playas donostiarras con un detector de metales
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Monedas o anillos de oro y plata son algunos de los ‘tesoros’ que este donostiarra ha encontrado bajo la arena a lo largo de 16 años de afición
Cuando el sol se pone en el horizonte, la playa muda su piel. Se trata de ese momento en el que los arenales cambian el tipo de usuario que los pisa. Los incansables bañistas y asiduos a broncearse dejan paso a aquellos que aprovechan las últimas horas de la jornada para correr cerca de la orilla, relajarse sin el ruido del gentío o para hacer yoga. Pero los hay que incluso aprovechan para hacer algo tan poco usual como buscar tesoros. «Por supuesto que los hay», asegura Alberto Pardo.
El hobby de este donostiarra es bastante particular. Desde luego, no se ve a mucha gente que, como él, recorra las playas de San Sebastián rastreando lo que hay debajo de la arena. Para hacerlo utiliza un detector de metales. Un aparato que, tal y como se presenta en el imaginario colectivo, es alargado, con una base redonda y se sostiene con un brazo para desplazarlo en movimiento de zigzag. «Te estarás haciendo rico con eso, ¿no?», le preguntan unos paseantes, con cierta sorna a Alberto. Él niega con la cabeza: «Por si a alguien le quedaran dudas, rico con este hobby no te puedes hacer». Eso queda para las películas de ciencia ficción. «Eso sí, me lo paso de maravilla», asegura.
A sus 50 años, lleva ya dieciséis practicando esta afición. «Recuerdo cómo de pequeño veía a gente en La Concha sacando de la pared, mediante el uso de rasquetas, monedas u objetos que la marea había dejado. Más adelante, nos picó la curiosidad a un amigo y a mí, nos compramos un detector y nos retamos para ver quién encontraba más monedas. Y así hasta hoy», relata este vecino del Antiguo, que en estos años ha integrado este hobby en su vida cotidiana, ya que lo practica casi a diario. Ha llegado a tener seis detectores de metales. Ahora tiene dos. El más moderno, el que utiliza más habitualmente, lo compró en Barcelona y le costó 1.500 euros. «En Donostia o en Euskadi es difícil conseguir uno de estos. Aquí no hay tanta afición».
Pero, ¿qué se puede encontrar en nuestras playas? «De todo, desde monedas antiguas, hasta euros, pasando por anillos de oro o plata de más de 100 años -garantiza este cazatesoros de playas urbanas- y podría haber muchísimas más cosas de valor, pero estarán a tanta profundidad que dudo que puedan llegar a salir a la luz».
Oro alemán bajo la arena
Habitualmente, Alberto está en La Concha. Los años que ha pasado en ella le han hecho buen conocedor de casi todos sus rincones y de sus posibilidades para encontrar algo valioso. «De siempre, ésta ha sido una playa muy concurrida. Y antes aquí venía sobre todo gente con muchísimo dinero. Se puede encontrar, por ejemplo, oro alemán, que tiene un color anaranjado. Ahora mismo tiene un precio bajo, pero puede ser de gran valor para coleccionista», indica.
También sabe cómo afectan las mareas, cuándo es buen momento para la búsqueda y qué zonas son las más propicias para encontrar algo. «Por ejemplo, en aquellos puntos donde la arena tiene un color más negro significa que el mar ha rebajado su nivel y que se pueden hallar más objetos. De hecho, recuerdo una vez que el mar quitó cuatro metros de arena en el Pico del Loro. Desde la orilla hasta ese punto parecía que hubiesen volcado un camión entero con monedas de Franco».
Lo mismo sucedió tras el último temporal del pasado mes de febrero. Los movimientos de arena dejaron al descubierto otros tantos objetos. «En la Zurriola, por ejemplo, se podían encontrar muchísimas balas debido a que en esa playa se echó mucha arena proveniente del campo de tiro de Jaizkibel», relata.
Alberto ha llegado a pasar hasta once horas en un mismo día localizando objetos con su detector. Aunque encontrar algo valioso sea como buscar una aguja de oro en un pajar y el resultado, en la mayoría de ocasiones, sea infructuoso, a este hombre esta afición le encanta.
«Me gusta relajarme»
¿Qué le mueve a seguir esta rutina casi diaria? «Son varias razones. Por un lado, la de que puedas conseguir 10, 15 o 20 euros. Pero, por otra parte, está el ejercicio que puede suponer estar cuatro horas en la playa caminando y haciendo, en cierta manera, deporte. Además, el estar al lado del mar me ayuda a evadirme del trabajo y de los problemas cotidianos. Me sumerjo en el sonido del detector y me encuentro en otra realidad», asegura.
Su dinámica siempre es la misma. Avanzar escuchando los pitidos que emite su detector. «Después de dieciséis años ya tengo el oído hecho para interpretar qué clase de objetos son los que están bajo la arena según el sonido que emita el aparato», señala. El detector que utiliza puede encontrar casi todo tipo de metales. Por ejemplo, puede localizar una moneda que esté a 40 o 50 centímetros de profundidad.
En su ritual, Alberto de vez en cuando se detiene, excava en la arena con una pequeña pala y se guarda el objeto encontrado en una riñonera que lleva a modo de saco de tesoros. Ahora bien, por lo general lo que encuentra son chapas de latas de refrescos. «Todas las cosas malas que encuentro las guardo. Obviamente no por considerarlas un tesoro, sino para tirarlas a la basura y para que la máquina no me vuelva a pitar si vuelvo a pasar por la misma zona», indica. «Lo de valor, por su parte, no lo vendo. Lo suelo regalar».
Lo que éste hombre tiene claro, y así lo demuestran los hechos, es que esto es una afición no apta para cualquiera. «Mucha gente se desanimaría al pasar cuatro horas en la playa y ver que no consigue nada. Yo en cambio soy muy cabezón y esto me encanta», asegura.
Fuente: www.diariovasco.com/gipuzkoa/